Investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) han analizado antiguas espigas de cereal y cebada y han encontrado la prueba más antigua del fenómeno de domesticación de plantas.
De todas las revoluciones que ha pasado el hombre, el Neolítico es probablemente la que más le transformó. Gracias a ella, pasó de vivir a la intemperie o dentro de cuevas a construir casas con muros y habitaciones. Pasó de vivir de lo que cazaba y recogía, a poder cultivar su propia comida e incluso a molerla para fabricar pan. Algunos animales, como cabras y vacas, comenzaron a vivir con él. Esto permitió que viviera en asentamientos estables y mayores, pero allanó el camino de enfermedades infecciosas como la tuberculosis. A pesar de todo, se las arregló para sembrar los gérmenes de las ciudades y de las primeras civilizaciones, con sus templos, leyes y dioses.
Si ocurrió todo esto fue quizás gracias a la domesticación. Un fenómeno por el cual el hombre seleccionó plantas y animales y acabó transformándolos en su propio beneficio. Según un artículo publicado este lunes en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) y realizado por científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad de Copenhague, la primera vez que ocurrió esto fue en Siria, en un poblado cercano a la actual ciudad de Sweida, hace 10.500 años.
«Lo más importante de este estudio es que hemos documentado el momento de transición en que se comenzó a domesticar cereales, en concreto dos tipos de trigo y una variedad de cebada», ha explicado a ABC Juan José Ibáñez, investigador del CSIC implicado en el estudio, dirigido por Amaia Arranz-Otaegui. «Hemos encontrado evidencias de que la domesticación estaba ocurriendo hace 10.500 años y en un lugar muy concreto».
Por entonces, lo cierto es que aquellos «sirios» llevaban 1.500 años cultivando variedades de cereales salvajes, y que en muchas otras zonas de Oriente Medio es probable que también ocurriera algo similar. Pero el paso del tiempo supuso un cambio: La acción del hombre favoreció ciertas rasgos de las plantas y poco a poco aparecieron variedades con distinto comportamiento y forma. Fue así como aparecieron las primeras cepas domesticadas.
Según explica Ibáñez, en esta ocasión los investigadores han encontrado precisamente la prueba más antigua de ese proceso de domesticación. Y justo cuando estaba empezando.
Semillas carbonizadas
Para ello, analizaron los restos encontrados en el yacimiento de Tell Qarassa Norte, una zona situada cerca de la actual ciudad de Sweida y en el pasado próxima a un lago llamado Qarassa. En concreto, recogieron sedimentos e inyectaron agua para hacer flotar los restos de cereales carbonizados que fueron quemados en el pasado (por accidente o como parte de la metodología de los agricultores). Lo interesante de esto es que solo los restos carbonizados no acaban descompuestos después de pasar miles de años bajo tierra y que aún así siguen conteniendo información muy valiosa sobre lo ocurrido.
Los científicos los observaron al microscopio para analizar su forma, y después estimaron su antigüedad con la técnica del carbono 14 y teniendo en cuenta la edad de los sedimentos donde se hallaron. También trataron de extraer el ADN de esos restos, aunque no lo lograron. Después de identificar los granos, los restos de glumas (vainas), los tallos y las espigas, pudieron concluir que tres tipos de cereales, dos variedades de trigo (la escaña y el farro) y una de cebada, eran distintas a las cepas naturales. Lo que quiere decir que aparecieron allí gracias a un fenómeno de domesticación.
El origen de la agricultura
Esto no confirma todavía que la agricultura naciera en esa zona de Siria. «Es posible que a la vez que se produjera esta domesticación en Siria ocurriera en otros lugares de Oriente Medio», ha explicado Ibáñez.
De hecho, entre los arqueólogos hay quienes piensan que la agricultura surgió varias veces (hipótesis del multicentro) y otros que abogan más por el origen único, situado hasta ahora en el sur de Turquía. «Pero nosotros demostramos que al menos el foco de Siria llegó a la domesticación a la vez que Turquía», ha dicho Ibáñez. Esto apoya la idea del multicentro, o a posibilidad de que hubiera un origen único anterior seguido de una transmisión muy rápida de conocimientos o variedades de plantas.
Aparte de esto, tampoco hay consenso en si la domesticación fue un fenómeno más bien inconsciente o mayoritariamente premeditado. Pudiera ser que los agricultores decidieran seleccionar algunas plantas, o bien que comenzara a plantar variedades salvajes y con el tiempo fuera favoreciendo a aquellas mejor adaptadas a ese tipo de vida.
Plantas «nuevas»
Por ejemplo, gracias a la domesticación cambió la solidez de las espigas, y dejaron de deshacerse al madurar, con lo que el agricultor podía recogerlas durante la cosecha y plantarlas de nuevo más adelante. Además,la maduración de los cereales dejó de ser progresiva (esto es un rasgo ventajoso para algunas plantas, porque evita que todas maduren al mismo tiempo y que sean vulnerables a otros factores), y se hizo simultánea. Por último, las semillas dejaron atrás su proceso de dormición, por el cual no germinan con tanta facilidad en el suelo: esto no no le interesa a los agricultores que quieren que lo hagan lo antes posible.
El germen de las civilizaciones
Por lo que se han encontrado en este y otros yacimientos, parece que aquellos sirios del Neolítico comían trigo, cebada, lentejas, gachas y habas. Molían los granos con morteros de piedra y molinos de mano y hacían harinas que aprovechaban para hacer tortas de pan. Disfrutaban de los pistachos y las almendras y cazaban muchas gacelas y hasta las tortugas que vivían en el lago Qarassa. Parece que también domesticaron a las cabras.
Esta base de comida les permitió mantener «una estructura social compleja, en la que había culto a antepasados y entierros ceremoniales», ha dicho Ibáñez. Aquel cambio en la alimentación cambió su mundo simbólico, social y económico. El trueque se generalizó en Oriente Medio, y la zona se convirtió en un «laboratorio social».
Hicieron falta muchas pruebas para que ese laboratorio cristalizara en las primeras grandes civilizaciones, aparecidas en torno a los 3.500 años antes de Cristo. «Entonces se desarrollaron la escritura, los templos, las monarquias y las divinidades. Pero si todo eso fue posible fue gracias a que 5.000 años antes las poblaciones se hicieron sedentarias y comenzaron a cultivar cereal».