Por el Dr. Patrick Moore, cofundador y ex líder de Greenpeace y jefe de Greenspirit Strategies.
La campaña contra los cultivos modificados genéticamente y la ciencia relacionados a ellos, es intelectual y moralmente vacía. Si no se tratara de un tema tan grave, uno que significa la vida o la muerte de millones de personas, la oposición a la ingeniería genética sería risible.
Todas las modificaciones genéticas que se están desarrollando alrededor del mundo están encaminadas a mejorar nuestras granjas, alimentos y medicinas. No hay científicos malvados interviniendo y los cultivos genéticamente modificados son rigurosamente probados para asegurar que no nos perjudicarán. Cada una de las grandes academias de la ciencia aporta la modificación genética como una forma de hacer frente a la malnutrición y a una variedad de temas ambientales. La modificación genética es el único medio práctico para abordar muchas deficiencias de nutrientes, incluyendo la vitamina A, la vitamina E, hierro y lisina (un aminoácido).
A pesar de sus esfuerzos, el movimiento anti-GMO no ha logrado detener la creciente aceptación de estas nuevas variedades de cultivos alrededor del mundo. La soja, el maíz, el algodón y la canola modificada genéticamente lideran la tendencia, ocupando la mayoría de las millones de hectáreas de cultivos transgénicos en 25 países sembrados en 2008.
La mayoría de los rasgos de estas nuevas variedades están diseñados para combatir las plagas de insectos, aumentar la producción y reducir el uso de plaguicidas. Un fuerte apoyo ha llegado por parte de las grandes empresas productoras de semillas, en parte debido a que representan grandes volúmenes y grandes mercados.
Se ha vuelto cada vez más difícil obtener la aprobación para nuevas variedades genéticamente modificadas, debido principalmente a la gran cantidad de papeleo involucrado. Cada variedad es tratada como si se tratara de un farmacéutico nuevo que podría tener efectos secundarios desconocidos sobre la salud de las personas. No hay ninguna razón para creer y no hay pruebas para asumir que los alimentos modificados genéticamente podrían ser perjudiciales. No son nuevas drogas; son nuevos alimentos. Más precisamente, son los mismos alimentos antiguos pero con un poco o mucho de mejora.
Lamentablemente Greenpeace y sus amigos han logrado impedir que muchas variedades mejoradas nutricionalmente se planten, incluso cuando no hay evidencia de que podría haber algún daño. Tendrá que pasar algún tiempo antes de que la comunidad internacional despierte y se dé cuenta de la calamidad que ha permitido que se produzca.
Un cambio de visión
Pero esa misma comunidad internacional reconocerá invertiblemente el gran error humanitario que ha hecho negando, por ejemplo, una cura para enfermedades relacionadas con la deficiencia de nutrientes en cientos de millones de personas.
Uno puede predecir con cierta certeza que el área plantada de variedades modificadas genéticamente seguirá aumentado. Muchos rasgos nuevos, incluyendo las mejoras nutricionales, tolerancia la sequía, a la sal, a la absorción de nitrógeno, resistencia a enfermedades, etc. se han desarrollado en un gran número de cultivos, incluyendo la remolacha, yuca, papaya, papas, berenjenas, maíz y arroz. Muchas de están todavía no se han introducido debido a la oposición de los activistas anti-GM. Los países que alguna vez se opusieron a los cultivos modificados genéticamente están cambiando poco a poco sus posiciones y están abrazando a los cultivos modificados genéticamente como una parte de su política agrícola. Los beneficios son tan obvios cuando se sopesan contra los inexistentes “riesgos” que cualquiera que tenga una comprensión clara abrazaría esta tecnología.
La batalla de Brasil
En Brasil, Greenpeace logró obtener una sentencia de un tribunal en 1999 para evitar la venta de soja modificada. Mientras tanto los agricultores en Argentina comenzaron a cultivar soja modificada en 1996. Para 1997 había más de un millón de hectáreas dedicada a la producción de esta. Como Brasil y Argentina comparten frontera no pasó mucho tiempo para que camiones con soja modificada pasaran de Argentina a Brasil, en donde los agricultores estaban ansiosos de resultar beneficiados por los mayores rendimientos. Así comenzó una larga batalla entre los agricultores, Greenpeace y sus aliados, los tribunales y el gobierno sobre la legalidad de los cultivos transgénicos.
En 2003 viajé a Porto Alegre al sur de Brasil, en donde me dirigí a un grupo de productores de soja en una reunión. Los alenté a seguir desafiando el edicto contra la soja modificada y llevar su mensaje directamente hasta el gobierno. Muchos miembros de la prensa asistieron a la reunión y mi presentación recibió una amplia cobertura. Me gusta pensar que tuve un pequeño papel en el levantamiento a la prohibición por parte del presidente Ignacio Lula da Silva en 2004. Para 2009 más de dos tercios de la superficie de soja brasileña estaba cultiva con variedades modificadas. En Argentina 95% de la superficie de soja es modificada, mientras que en EE.UU es del 85%. Entre ellos – EE.UU, Brasil y Argentina – producen cerca del 90% de la soja en el mundo.
En el mundo
Para fines de 2008 habían 25 países produciendo cultivos genéticamente modificados en 125 millones de hectáreas, casi la misma cantidad de tierras cosechas en EE.UU. Este es un logro increíble dado que el primer cultivo comercial fue establecido tan sólo hace 15 años. Todo indica que esta tendencia continuará. Es probable que mucho antes de que acabe este siglo cada cultivo de alimentos tenga uno o más rasgos modificados en él.
El potencial de la tecnología transgénica para mejorar el crecimiento, el rendimiento, eficacia, la resistencia a enfermedad y nutrición es tan poderoso que seguramente será aprobada alrededor del mundo.
Fuente: Portal Frutícola (http://www.portalfruticola.com/2012/04/17/opinion-el-caso-cientifico-de-los-cultivos-transgenicos/)