A pesar de algunas dudas sobre la nueva gama de alimentos editados genéticamente, el sabor lo supera todo, según una nueva encuesta dirigida por la Universidad Estatal de Washington hecha a consumidores estadounidenses.
Washington State University / 9 de enero, 2023.- En el estudio publicado en la revista PLOS One, los investigadores encuestaron a más de 2.800 personas de todo EE.UU. para evaluar su grado de aceptación de las uvas de mesa editadas genéticamente, aunque todavía no hay ninguna en el mercado.
A la mayoría de los participantes les importaba más el sabor de las uvas, seguido de su aspecto, que cómo se habían mejorado genéticamente. Los encuestados también situaron en tercer lugar la preferencia por menos pesticidas, y sólo en cuarto lugar expresaron una ligera preferencia por las uvas mejoradas de forma tradicional frente a las editadas genéticamente.
«En general, lo que más les importaba era el sabor, los atributos relacionados con el sabor», afirma Karina Gallardo, profesora de economía de la WSU y autora del estudio. «Sí afirmaron querer una reducción de precio por la edición genética, pero la diferencia no fue estadísticamente significativa, lo que significa que básicamente les era indiferente».
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Más de la mitad de los participantes en la encuesta dijeron que conocían la diferencia entre la tecnología de edición genética CRISPR y la ingeniería genética tradicional (transgenia), pero no podían decir cuál era exactamente esa diferencia.
CRISPR es una herramienta para la edición de genes, lo que significa alterar la secuencia de ADN de una planta o animal normalmente con el objetivo de mejorar sus características. Los cambios editados genéticamente son los que podrían producirse de forma natural o a través del fitomejoramiento tradicional, pero llevarían mucho más tiempo sin esta herramienta.
La ingeniería genética, también llamada a veces modificación genética (o transgenia), es un proceso que consiste en combinar genes de diferentes especies que no se producirían de forma natural. Ambas tecnologías son consideradas seguras por los científicos, pero existe un estigma considerable en torno a la transgenia y la venta de organismos modificados genéticamente (OGMs) está prohibida en algunos países.
Para comprender mejor las respuestas a la encuesta, los investigadores segmentaron a los participantes en cuatro grupos según su nivel de aceptación de la edición genética.
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Descubrieron que un grupo, que representaba al 22% de los participantes, era el que más aceptaba la edición genética, estaba más informado y confiaba en muchas fuentes de información, siendo las fuentes científicas las más valoradas. El grupo que rechazaba más enérgicamente la edición genética, alrededor del 16% de los encuestados, era el que menos sabía sobre la tecnología y confiaba poco en cualquier fuente de información, incluidos los científicos, el gobierno y los medios de comunicación. Los otros dos grupos mostraron un rechazo leve o moderado a la edición genética.
En EE.UU. se han comercializado muy pocos alimentos editados genéticamente, y actualmente ninguna uva de mesa editada genéticamente, pero se espera que aumenten las solicitudes para comercializar productos alimentarios editados genéticamente. Gallardo afirmó que la edición genética será una herramienta cada vez más importante para que los productores puedan satisfacer la demanda de alimentos, especialmente ante el cambio climático y el consiguiente aumento de las enfermedades y plagas de las plantas.
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«No podemos confiar en las tecnologías de fitomejoramiento de hace 30 o 40 años para conseguir las mejoras que tanto necesitamos ahora», dijo Gallardo. «La gente debe saber que esta tecnología es segura. La edición genética se ha desarrollado en el mundo académico, por lo que todo es transparente. Publicamos todo lo que hacemos. No se oculta nada».
Además de Gallardo, entre los coautores figuran el primer autor Azhar Uddin, del Instituto de Investigación y Educación para el Avance de la Salud Comunitaria (IREACH) de la WSU, y Bradley Rickard, de la Universidad de Cornell, así como Julian Alston y Olena Sambucci, de la Universidad de California, Davis. Esta investigación contó con el apoyo de «VitisGEN2», la Iniciativa de Investigación de Cultivos Especiales del Instituto Nacional de Alimentación y Agricultura del Departamento de Agricultura de Estados Unidos.