La Comisión Europea está estudiando la posibilidad de flexibilizar la regulación de las tecnologías de edición genética en agricultura, mientras que las academias científicas y agricultores piden urgentemente su aprobación. Algunos críticos dicen que se trata de un riesgo no probado impulsado por las grandes empresas agrícolas, sin embargo, la edición genética ha permitido el ingreso de pymes y universidades al desarrollo de cultivos editados debido a su bajo costo y menores trabas y costos regulatorios.
Finantial Times / 10 de noviembre, 2022.- Los consumidores europeos de comida rápida exigen papas fritas largas y rectas, lo que significa que las papas europeas deben ser de gran tamaño. Pero este verano, el clima europeo tenía otras ideas.
Una sequía muy dura obligó al agricultor holandés Hendrik Jan ten Cate a rociar sus papas con agua de un canal local para evitar que se redujeran. «El riego es muy caro. Este verano, el 10% de mis gastos fueron de agua», dice. «Los agricultores que no pudieron regar perdieron la mitad de su cosecha».
Los demás gastos de Ten Cate aumentaron un 25%, dice, debido al elevado precio del gas. El combustible para los tractores, los fertilizantes y los pesticidas se encarecieron.
Sólo ve una respuesta si los europeos siguen queriendo comer alimentos producidos localmente: los cultivos editados genéticamente, más resistentes a la sequía y al calor extremo.
«El cambio climático se está produciendo más rápido que el desarrollo de nuevos cultivos», afirma. «Necesitamos nuevas técnicas. Hay un gran peligro para la producción de alimentos en Europa».
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La edición de genes es una forma de ingeniería genética en la que se pueden eliminar o añadir genes de la misma especie o de especies similares. Es distinta de la modificación genética, que introduce ADN de especies distintas.
Sus defensores sostienen que la edición de genes es lo mismo que el cultivo convencional de plantas, pero simplemente acelerado, con mayor precisión. «Si introduces un gen extraño [de otra especie], es un transgénico. Si sólo cambias las letras genéticas dentro del organismo, es algo convencional», dice Petra Jorasch, del grupo de presión Euroseeds, que representa a los fitomejoradores. «Esto es también lo que se hace con los métodos de cultivo convencionales».
No es así como se ve actualmente en Europa. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea, el más alto tribunal de la UE, decidió en 2018 que la edición de genes debe entrar en la regulación de los OGMs (transgénicos), donde los reguladores deben dar alta prioridad a los riesgos potenciales.
Cuando la tecnología de los OGMs llegó por primera vez a Europa en la década de 2000, se encontró con una feroz oposición en una región que se enorgullece de la calidad y la procedencia de sus alimentos. Los productos fueron etiquetados como «frankenfoods» y los campos de ensayo fueron atacados por manifestantes. Los reguladores endurecieron tanto las normas que sólo se ha cultivado un tipo de maíz modificado genéticamente en la UE (aunque ahora se autoriza la importación de centenas de cultivos, en su mayoría para alimentación animal).
Ahora, el ambiente sobre la edición de genes en Europa está cambiando. En septiembre, los ministros de Agricultura de los 27 Estados miembros instaron a Bruselas a acelerar la revisión de la normativa sobre OGMs. Al mes siguiente, la Comisión Europea confirmó que emitiría una propuesta para suavizar la regulación de algunas tecnologías de edición genética en el segundo trimestre de 2023.
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Estas medidas llegan en un año en el que la sequía generalizada ha reducido las cosechas en toda Europa, y España ha perdido la mitad de su cosecha de aceitunas. La guerra en Ucrania ha reducido las exportaciones de un país conocido como el granero de Europa. La sequía y el conflicto, combinados con los altos costes de la energía, han hecho subir los precios de los alimentos y han provocado escasez en el mundo en desarrollo.
«La situación ha cambiado. Tenemos que ser capaces de producir un suministro suficiente de alimentos. Tenemos que aprovechar la tecnología para adaptarnos al cambio climático y mantener la biodiversidad», dice Pekka Pesonen, secretario general del Copa-Cogeca, el sindicato de agricultores de la UE.
Pero el temor a los «frankenfoods» es profundo. Los ecologistas y activistas afirman que las empresas agrícolas han aprovechado el cambio climático para endilgar al público una tecnología no probada. Resolver el hambre es un argumento seductor, dicen, para ganarse a los políticos y a las poblaciones escépticas sin pruebas que lo respalden.
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«No hay ninguna razón para desregular la edición de genes», dice Mute Schimpf, activista de la ONG Amigos de la Tierra Europa. «Es una tecnología nueva desarrollada en los últimos 10 años. No sabemos cómo puede repercutir en la naturaleza, en la agricultura y cómo se verá afectado el interés de los consumidores.»
Sin embargo, Europa es ahora un caso atípico entre las grandes economías al tratar los cultivos editados genéticamente de la misma manera que los transgénicos, y algunos legisladores empiezan a entender que los riesgos son superados por los posibles beneficios para los agricultores, para la economía y para el medio ambiente.
«Las plantas obtenidas con nuevas técnicas genómicas podrían ayudar a construir un sistema agroalimentario más resistente y sostenible», dijo Stella Kyriakides, comisaria europea de Salud y Seguridad Alimentaria, al lanzar una consulta sobre su propuesta este año. «Este ha sido el principio rector de la política alimentaria de la UE en el pasado y lo seguirá siendo siempre».
Pros y contras
Los científicos llevan décadas cruzando especies para crear cultivos más resistentes. Por ejemplo, los investigadores han producido una cepa de trigo que combina el alto rendimiento de un tipo con el tallo sólido de otro, que le ayuda a resistir el viento y la lluvia.
Sus defensores afirman que la edición de genes hace prácticamente lo mismo, con mayor eficacia. Podría, por ejemplo, ayudar a desarrollar un trigo que aporte nutrientes al suelo, dice Pesonen, reduciendo la necesidad de fertilizantes.
«Son fundamentalmente diferentes a los transgénicos», dice Pesonen. «Imagínese la mejora que podríamos obtener en el mejor de los casos, tanto en términos de nutrientes o de contenido de proteínas como de competitividad».
También hay esperanzas de crear cultivos que puedan resistir los efectos del clima cambiante. «Si pudiéramos crear cultivos basados en lo que sabemos sobre genética para que sean más tolerantes a la sequía, a la salinidad y al calor, y para que produzcan más en determinadas condiciones, eso podría ayudarnos definitivamente tanto en términos de seguridad alimentaria como de adaptación al cambio climático«, afirma Ismahane Elouafi, científico jefe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
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Los críticos de la tecnología consideran que este argumento es una «canallada». Afirman que la medida de la Comisión Europea no está impulsada por la ciencia, sino por los grupos de presión de la agroindustria, y que debería mantenerse el régimen regulador actual. También les preocupa la posible falta de transparencia para los consumidores.
Christoph Then, de la ONG alemana Testbiotech, que advierte de los riesgos de la ingeniería genética, afirma que los cambios intencionados y no intencionados causados por la edición genética podrían ir mucho más allá de lo que cabe esperar de la mejora convencional. «Creemos que debe haber una evaluación de riesgos adecuada. Creemos que el marco [regulatorio] actual es apropiado», afirma.
El genetista molecular Michael Antoniou, del King’s College de Londres, advierte que la tecnología de edición genética no es tan precisa como se afirma, no es equivalente al mejoramiento convencional y que no sería diferente a la modificación genética (transgenia). Teme que se produzcan cambios no deseados en la bioquímica del gen y en su composición. «Se corre el riesgo de crear nuevas toxinas y nuevos alérgenos o de añadirlos a las toxinas y alérgenos conocidos», afirma.
Martin Häusling, eurodiputado alemán y portavoz de agricultura del partido de los Verdes, afirma que hay otras formas de que los agricultores afronten el cambio climático, como la rotación de cultivos, las técnicas de mejora del suelo y las semillas adaptadas de forma natural, en lugar de recurrir a la ingeniería genética.
Tanto él como otros opositores denuncian que los productos editados genéticamente reforzarán aún más el control de la gran industria, las grandes empresas de insumos agrícolas, especialmente los proveedores de semillas como Bayer, Corteva y BASF. Los pequeños agricultores dependerían más de los insumos externos, como las semillas, los fertilizantes y los pesticidas, afirma. «Por lo tanto, también son más vulnerables en términos de años malos, y los desafíos climáticos».
Sin embargo, los partidarios de esta tecnología afirman que la investigación y el desarrollo de la edición genética son más accesibles para las pequeñas y medianas empresas y los laboratorios de investigación universitarios que el desarrollo de los transgénicos.
Los avances tecnológicos han hecho que la edición de genes sea relativamente más barata que la de los transgénicos, mientras que algunas tecnologías de edición de genes se ofrecen en plataformas abiertas si son para fines de investigación.
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Las empresas y los laboratorios de investigación con sede en países que tratan los productos editados genéticamente de la misma manera que los mejorados convencionalmente no tienen que gastar tiempo y dinero en el proceso de regulación.
La reducción de los costes y de los plazos de entrega ha atraído a científicos y empresarios para poner en marcha nuevas empresas, que han recaudado cientos de millones de dólares de inversores de capital riesgo. Euroseeds afirma que el 90% de sus miembros son PYME.
No es una bala de plata
A pesar de las expectativas de que los cultivos editados genéticamente podrían ayudar a mitigar los efectos del cambio climático, la realidad es que siguen siendo una quimera.
Sólo se ha aprobado la venta de un puñado de productos editados genéticamente, entre ellos una soja que produce un aceite con menos grasas saturadas en Estados Unidos, y un tomate con un aminoácido que controla la presión arterial en Japón.
Incluso con la edición de genes, crear un cultivo que, por ejemplo, sea resistente a la sequía llevará al menos cinco años, según los científicos de la Universidad de Calgary.
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Esto se debe a que hay múltiples genes y diversas estructuras genéticas que afectan a la tolerancia de una planta a la sequía, y hay que analizarlos, modificarlos y probarlos gradualmente.
Muchos defensores de esta tecnología reconocen que, aunque la ingeniería genética acelera la investigación y ofrece mayor precisión en los cambios, no es una «bala de plata».
Mientras que la resistencia a las enfermedades es «bastante fácil de enfocar en respuesta a la edición», dice Sarah Raffan, investigadora centrada en la edición genética del trigo en la institución británica Rothamsted Research, la resistencia a la sequía es un «rasgo más complejo». «Este gen puede añadir un poco de resistencia a la sequía en determinadas condiciones, pero luego se necesita otro gen para otras cosas».
Los avances en la edición de genes para mejorar el rendimiento han sido mayores. Inari, una empresa estadounidense de agrotecnia creada en 2016, ha estado trabajando en la edición de genes para aumentar el rendimiento del trigo, el maíz y la soja, así como para reducir el agua y el fertilizante nitrogenado necesarios. Su directora ejecutiva, Ponsi Trivisvavet, que supervisó una reciente ronda de inversión de 124 millones de dólares en la última fase, describe la edición genética como una «tecnología súper potente».
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Inari se propone aumentar el rendimiento hasta un 20% en maíz, trigo y soja, y reducir los insumos en un 40% en agua y fertilizantes nitrogenados para el maíz. Trivisvavet afirma que la empresa está a punto de alcanzar sus objetivos de rendimiento de la soja: «Todo esto no se puede hacer con la tecnología [convencional]».
Inari cuenta con laboratorios de investigación en EE.UU. y Bélgica, y Trivisvavet quiere que la UE se mueva más rápido para permitir la edición de genes. «Si [la UE no] adopta esta tecnología, va a ser muy difícil abordar [los efectos del] cambio climático. Esperamos que la UE se una al resto del mundo», afirma.
La tolerancia a la sequía, el aumento del rendimiento y la mejora de las cosechas con menores cantidades de insumos son problemas complicados de resolver, señala. «Hay que empezar ahora para abordar realmente los problemas que están aumentando. Si se empieza dentro de cinco años, será demasiado tarde».
El panorama mundial
Los responsables políticos de la UE que apoyan la bioingeniería también temen quedarse atrás respecto al resto del mundo en la carrera tecnológica.
Más de 15 países han establecido normas abiertas a la edición genética en los cultivos, entre ellos China, India, Argentina y Australia, según Thorben Sprink y sus colegas del Instituto Julius Kühn de Alemania, un centro federal de investigación sobre plantas cultivadas. Muchos países, como EE.UU., Canadá, Brasil y Japón, no diferencian la edición genética del cultivo convencional.
En los últimos años, más gobiernos han aclarado sus regímenes normativos en torno a la edición genética. El Reino Unido está tratando de suavizar su normativa desde su salida de la UE: la nueva legislación que permitiría desarrollar y vender cultivos y animales editados genéticamente en Inglaterra va a ser debatida en la Cámara de los Lores, la segunda cámara del Parlamento.
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A principios de este año, India anunció que algunos cultivos editados genéticamente quedarían exentos de las normas sobre transgénicos. China, líder mundial en la investigación de cultivos editados genéticamente, con cerca del 75% de las patentes del mundo, introdujo directrices sobre la comercialización de productos que, según los analistas, reducen el tiempo de aprobación desde unos seis años a uno o dos.
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Dado que la UE es uno de los principales importadores de productos agrícolas, incluidos el maíz y la soja para la alimentación animal, sus políticas sobre ingeniería genética tienen un gran impacto en las de sus socios comerciales.
Este es el caso especialmente de los países en desarrollo que dependen de los ingresos de la UE, dice Elouafi en la FAO. «[Con] los países del sur global, si hay un debate sobre la edición de genes [y si es] un transgénico o no, tienden a no utilizarlo ni siquiera para sus programas de investigación. Tienen tanto miedo de perder el mercado europeo que simplemente dejan de usarlo».
También frena la I+D, advierten los científicos. «Los fitomejoradores dudan en añadir variedades de cultivo utilizando la edición del genoma si no van a poder venderlo», dice Raffan.
La democracia de los genes
La campaña para introducir la edición de genes en Europa se enfrenta a un gran obstáculo: para que la UE dictamine que la tecnología está al mismo nivel que la mejora convencional se necesitaría una mayoría cualificada de Estados miembros a favor.
Sin embargo, Alemania, el mayor miembro, ya ha dicho que se mantendrá neutral, lo que cuenta como un voto negativo. El gobierno de coalición alemán cuenta con el partido de los Verdes, que controla el ministerio de Agricultura. «No creo que actualmente tengamos una mayoría de Estados miembros», afirma Jorasch, de Euroseeds.
Los legisladores pueden verse influidos por la creciente reacción popular contra la tecnología. Una reciente consulta pública de la Comisión Europea recibió 70.000 respuestas, con un 98% de oposición a un cambio de política, ya que las ONGs instaron a los miembros del público a escribir, a menudo proporcionando respuestas «enlatadas» para que las utilizaran [copiando y pegando].
Otras encuestas han revelado que los consumidores tienden a tener poca conciencia y conocimiento de los alimentos editados genéticamente. Una encuesta realizada a más de 2.000 personas por la Agencia de Normas Alimentarias del Reino Unido en julio de 2021 reveló que sólo el 20% de los encuestados dijo estar bastante o muy bien informado sobre el tema.
Después de recibir información sobre la edición de genes y las tecnologías de los transgénicos, el 39% de los encuestados dijo que pensaba que los alimentos editados genéticamente eran bastante o muy seguros para comer, mientras que el 30% pensaba que eran bastante o muy inseguros, mientras que el 31% respondió que no sabía.
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La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), responsable de la evaluación de riesgos, publicó en octubre un informe en el que concluía que las técnicas de edición genética presentaban un riesgo menor que los transgénicos, con menos probabilidades de causar mutaciones no deseadas o de interferir con las plantas tradicionales.
Los defensores esperan que este tipo de información haga que los legisladores «escépticos» se lo piensen dos veces y consideren lo que podría significar para los agricultores el mantenimiento de la prohibición de la edición genética. Bruselas sigue adelante con sus planes de reducir a la mitad el uso de plaguicidas para 2030, de reducir la contaminación por nitrógeno de las explotaciones -lo que implica menos fertilizantes- y de reducir las emisiones de metano de los animales, medidas que probablemente reduzcan la cabaña de la UE.
Los agricultores dicen que se están quedando sin herramientas para mantener la productividad. En su pólder seco del sur de los Países Bajos, ten Cate, de 45 años, se pregunta cuánto tiempo podrá seguir cultivando sus papas, cebollas, zanahorias y remolacha azucarera.
«Tenemos que innovar si queremos producir alimentos en Europa», dice. «Quizá nos volvamos dependientes de otros países si no adoptamos estas nuevas tecnologías».