El ingeniero agrónomo Norman Borlaug logró mejorar genéticamente semillas de trigo, maíz y otros cultivos importantes (haciéndolos más resistentes y productivos) antes de que la ingeniería genética estuviera disponible. Su trabajo, que impactó a millones de personas en varios países en desarrollo, le valió el Premio Nobel de la Paz en 1970 y otros galardones gubernamentales.
A principios del siglo XX, los recién casados Cathy y Cappy Jones abandonaron Connecticut, EE.UU., para comenzar una nueva vida como agricultores en el valle Yaqui, en el noroeste de México, un lugar seco y polvoriento poco conocido unos cientos de kilómetros al sur de la frontera de Arizona.
[Recomendado: Sesenta y dos años de lucha contra el hambre: Recuerdos personales – Norman Borlaug]Cuando Cappy murió en 1931, Cathy decidió quedarse. Para entonces, tenía un nuevo vecino: la Estación Experimental del Valle Yaqui, un gran centro de investigación agrícola con impresionantes pilares de piedra, y canales de irrigación inteligentemente diseñados.
Durante un tiempo, el centro crió ganado, ovejas y cerdos, y cultivó naranjas, higos y toronjas.
Pero llegado el año 1945, los campos estaban cubiertos de maleza, las cercas caídas y las ventanas destrozadas. La estación estaba infestada de ratas.
Por esto, cuando Cathy escuchó rumores extraños sobre un joven estadounidense que se había instalado en este lugar en ruinas, a pesar de la falta de electricidad, saneamiento o agua corriente, fue a averiguar.
Encontró a Norman E. Borlaug, de la Fundación Rockefeller, quien estaba intentando producir trigo que pudiera resistir la roya del tallo, una enfermedad que arruinaba muchos cultivos.
Más al sur, donde se suponía que Borlaug tenía que establecerse, las cosechas se sembraban en primavera y se cosechaban en otoño. Aquí, Borlaug planeaba explotar un clima diferente que también le permitiría sembrar en otoño y cosechar en primavera, y quizás cosechar diferentes variedades de trigo.
Sin embargo, la Fundación no tenía permiso para trabajar en la región, por lo que él no podía estar allí oficialmente.
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«A menudo me parecía que había cometido un terrible error al aceptar la posición en México», confesó en el epílogo de su libro, Norman Borlaug on World Hunger(«Norman Borlaug sobre el hambre en el mundo»).
Pero estaba decidido a enfrentar el flagelo del hambre, algo que había visto de primera mano. «Soy producto de lo peor de la [Gran] Depresión», dijo al Dallas Observer en 2002.
Cathy se compadeció del joven, le enseñó español, lo invitó a comer todas las semanas y le dejó que se lavara él y su ropa. Más tarde, él dijo que no habría sobrevivido sin su ayuda.
También lo llevó a la ciudad más cercana, Ciudad Obregón, donde 23 años después la calle principal pasaría a llevar su nombre.
Bomba P
Ese mismo año, 1968, el biólogo de Stanford Paul Ehrlich y su esposa Anne (la cual no recibió ningún crédito) publicaron un libro explosivo.
En The Population Bomb («La explosión demográfica» o «Bomba P«), observaron que en países pobres como India y Pakistán, la población crecía más rápido que la producción de alimentos.
En la década de 1970, predijeron: «Cientos de millones de personas van a morir de hambre».
Afortunadamente, Ehrlich estaba equivocado, porque no sabía lo que Norman Borlaug había estado haciendo.
Más tarde, Borlaug recibiría el Premio Nobel de la Paz por los años pasados entre Ciudad de México y el Valle de Yaqui, cultivando miles y miles de tipos de trigo, y observando cuidadosamente sus rasgos: este tipo resistía un tipo de roya en el tallo, pero no otro; este tipo producía buenos rendimientos, pero hacía mal pan; y así.
No pudo secuenciar el ADN del trigo para descubrir qué genes causaban qué rasgos, porque para que surgiera esa tecnología todavía faltaban décadas.
Pero podía cruzar las variedades que tenían algunos rasgos positivos, y esperar que una de las especies cruzadas tuviera todos los rasgos buenos y ninguno de los malos.
Fue un trabajo minucioso, pero finalmente valió la pena.
Borlaug produjo nuevos tipos de trigo «enano» que resistía la roya, daba buenas cosechas y, crucialmente, tenía tallos cortos, por lo que no se venía abajo con el viento.
Gracias a nuevas pruebas, descubrió cómo maximizar su rendimiento: a qué distancia había que plantarlo, a qué profundidad, con cuánto fertilizante y cuánta agua necesitaba.
Para la década de 1960, Borlaug estaba viajando por el mundo para difundir su hallazgo. No fue fácil.
Trigo de Pakistán
En Pakistán, el director de un instituto de investigación explicó que habían probado su trigo, pero los rendimientos eran bajos.
Borlaug pronto se dio cuenta del porqué. Ignorando sus instrucciones, habían plantado demasiado profundo, demasiado separado y sin fertilizar ni desherbar. El hombre respondió perplejo: «Esta es la forma en que se siembra trigo en Pakistán».
Muchos no podían concebir que una revolución así fuera posible.
Durante medio siglo, los rendimientos del trigo en Pakistán habían sido constantes: nunca más de 360 kg por acre (un acre equivale a 0,4 hectáreas). Los agricultores mexicanos ahora estaban obteniendo más de tres veces eso.
Entonces ¿merecía la pena probar a hacerlo a la manera mexicana? No, respondió un eminente académico. «¡Estas cifras demuestran que la producción de trigo de Pakistán nunca aumentará!»
Borlaug era directo con las personas que no entendían esto, sin importarle quiénes eran. En India se enfrentó a gritos con el entonces viceprimer ministro.
Pero eventualmente sus arengas funcionaron. Los países en desarrollo comenzaron a importar las semillas y los métodos de Borlaug. Y entre 1960 y 2000, sus rendimientos de trigo se triplicaron.
Luego se hizo un trabajo similar con el maíz y el arroz. Lo llamaron la «revolución verde». Ehrlich había predicho hambrunas masivas, pero la población mundial se multiplicó por más del doble, y la producción de alimentos aguantó el ritmo.
Superpoblación
Pero aun así, las preocupaciones por la superpoblación nunca desaparecen del todo. Es una de las cuestiones más antiguas de la economía, que se remonta al primer profesor de «economía política», Thomas Robert Malthus.
En 1798, Malthus publicó An Essay on the Principle of Population («Ensayo sobre el principio de la población«), en el cual desarrollaba una simple teoría: las poblaciones crecen exponencialmente: dos, cuatro, ocho, 16, 32. La producción de alimentos, en cambio, no lo hace a ese ritmo.
Tarde o temprano, argumentaba, habrá más personas que alimentos, y las consecuencias no serán agradables.
Por suerte para nosotros, resultó que Malthus había subestimado el hecho de que, a medida que las personas se hacen más ricas, tienden a tener menos hijos, así que las poblaciones crecen más lentamente.
De hecho, en 1968, el año en que Paul Ehrlich hizo sus predicciones funestas, fue también el año en que el crecimiento poblacional mundial empezó a ralentizarse. El crecimiento anual había caído de su pico de 2,09% en 1968 al 1,09% en 2018.
Pero aunque el crecimiento de la población se ha ralentizado, Naciones Unidas predice que todavía habrá otros varios miles de millones de personas más antes de que acabe este siglo.
A algunos expertos les preocupa que los cultivos de alimentos ya no crecen con la rapidez necesaria.
El progreso se ha ralentizado, y los problemas se acumulan: cambio climático, escasez de agua, contaminación por fertilizantes y pesticidas.
Otras consecuencias de la «revolución verde»
Estos son problemas que la propia revolución verde ha empeorado. Algunos argumentan que incluso perpetuó la pobreza, ya que los fertilizantes y los sistemas de riego cuestan un dinero que muchos agricultores no tienen.
[Recomendado: ¿Aumentan el uso de pesticidas los cultivos transgénicos? | Plantas transgénicas con mejor uso de nitrógeno: Beneficios económicos y ambientales]Paul Ehrlich, quien ahora tiene unos 80 años, mantiene que no es que él estuviera equivocado, sino más bien que se adelantó a su tiempo. Quizás si Malthus todavía estuviera vivo, diría lo mismo.
Pero, ¿podría ser el ingenio humano la respuesta a este problema?
Desde que la modificación genética se hizo posible, se ha centrado sobre todo en la resistencia a enfermedades, insectos y herbicidas.
Aunque esto hace aumentar las cosechas, no ha sido su objetivo directo.
Esto está empezando a cambiar. Y los agrónomos solo ahora están empezando a explorar la tecnología de edición genética conocida como CRISPR, que puede hacer lo que hizo Norman Borlaug pero mucho más rápido.
[Recomendado: CRISPR: La herramienta de edición genética que está revolucionando la medicina y agricultura]En lo que respecta a Borlaug, él vio que su trabajo causó problemas que no se manejaron correctamente, pero se hizo una sencilla pregunta: ¿qué prefieres, tener formas imperfectas de cultivar más alimentos, o dejar que la gente se muera de hambre?
Es una pregunta que vamos a tener que seguir haciendo en las próximas décadas.