La Unión Europea (UE) depende en un 70% de las importaciones de cultivos ricos en proteínas, un fenómeno denominado como “brecha proteica”. La dependencia es mucho mayor cuando hablamos solo de semillas de soja, donde la UE solo cubre el 5% de su demanda. La tasa de importaciones de soja en la UE es superior al 90%, lo que deja a la agricultura europea en una situación de vulnerabilidad ante improvistos.
La guía ‘El déficit proteico en la UE: Políticas comerciales y transgénicos’, elaborada por EuropaBIO (Asociación Europea de Bioindustrias) y traducida por la Fundación Antama, plantea estrategias realistas para que Europa puede llegar a cerrar esa brecha proteica. Estrategias que demandan más investigación, ya que si se discrimina la innovación la brecha proteica cada vez será mayor.
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Conviene recordar que la industria europea de piensos depende de las materias que llegan desde terceros países. Los principales exportadores de productos agroalimentarios a la UE son los países de América del Norte y del Sur, donde los cultivos modificados genéticamente se cultivan ampliamente. La UE importa grandes cantidades de soja para alimentar a sus animales de granja. Casi el 80 por ciento de la soja que se cultiva en el mundo es transgénica, por lo que la UE está tapando en parte esa brecha proteica importando variedades biotecnológicas que a sus agricultores impide cultivar.
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Las importaciones de productos agrícolas de la UE se basan en cultivos transgénicos. Según estimaciones de la Comisión, entre 2014 y 2016, la UE importó más de 30 millones de toneladas anuales de soja transgénica, lo que equivale al 90% del total de soja importada.
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