Los cultivos transgénicos se realizan con diferentes fines: para que sean resistentes a plagas, herbicidas, sequías, condiciones del suelo desfavorables como alta salinidad o pH alcalino… pero también existen alimentos transgénicos creados para brindar beneficios a la salud de los consumidores.
Uno de estos casos, que consiguió la aprobación para su comercialización en Estados Unidos el año pasado, es la papa ‘Innate’, desarrollada por la empresa Simplot para resistir al hongo que causa la enfermedad del “tizón tardío”. «Produce muchísima menos acrilamida al freírla que las papas corrientes. La acrilamida es un compuesto muy tóxico (clasificada como “probable carcinógeno para los humanos”, por la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer), presente en alimentos que se cocinan a altas temperaturas», explica Mertxe de Renobales Scheifler, catedrática de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Farmacia de la Universidad del País Vasco.
Un transgénico es un «organismo genéticamente modificado», un concepto legal, más que una definición científica, impuesto por la Unión Europea para aquello cuyo genoma se ha modificado por técnicas de ingeniería genética, entre otras. España también ensaya con este tipo de alimentos y, por ejemplo, ha desarrollado un trigo sin gluten, en el que se ha suprimido la mayor parte de las gliadinas, proteínas responsables de la respuesta alérgica por parte de los celíacos. Bajo la dirección del doctor Francisco Barros y su grupo del Instituto de Agricultura Sostenible (IAS) de Córdoba, dependiente del CSIC, está en fase de ensayo clínico para saber si el pan obtenido de este trigo es apto para todos los celíacos.
En Cataluña, la Universidad de Lérida hace pruebas con un maíz hipervitamínico «con 160 veces más de betacaroteno, el doble de vitamina C y 5 veces más ácido fólico que el maíz convencional», detalla Renobales. «Se ha creado con miras a que lo puedan utilizar los agricultores de subsistencia de países en vía de desarrollo y que puedan guardar la semilla de un año para otro».
Alimentos mejorados
Aunque su finalidad era obtener un maíz resistente a un insecto que perfora la caña del maíz, conocido como ‘taladro’, el Mon-810 de la multinacional Monsanto ha resultado beneficiosa para los consumidores. «Tienen menos concentración de fumonisinas, micotoxinas producidas por un hongo de la especie ‘fusarium’, que infecta la planta por la ‘herida’ que deja el insecto al morderla», afirma Renobales.
«Estas sustancias son cancerígenas e impiden la absorción del ácido fólico que previene malformaciones del sistema nervioso del feto. Una persona que ingiera una dieta alta en maíz o sus productos derivados, como es el caso de las personas celíacas, puede tener una concentración más alta de estas micotoxinas».
Otro ejemplo es un arroz dorado que acumula betacaroteno, que el organismo convierte en vitamina A, que ha sido pensado para la población del sudeste asiático y del África subsahariana. «El déficit de vitamina A causa la ceguera a más 450.000 niños menores de 5 años anualmente», asegura Renobales. Creado hace 15 años, este arroz dorado no se ha llegado a comercializar. «Hay muchas otras formas de suplir las carencias de nutrientes», refuta Luis Ferreirim, responsable de campaña de agricultura de Greenpeace en España. «Lo que se invierte en este tipo de desarrollo, como el del arroz dorado, debería emplearse para una agricultura sostenible y ecológica respetable con el medioambiente y sana para las personas. En muchos países de África se buscan soluciones que garanticen alimentos a largo plazo, con técnicas que aportan nutrientes a la tierra y que suplen carencias de proteínas vegetales de la población».
Entre la experimentación y la comercialización para humanos pueden pasar varios años, pues todos los cultivos transgénicos tienen que pasar una serie de pruebas muy rigurosas. «Se realizan para asegurarse de que no van a ser tóxicos ni alergénicos para los consumidores», explica Renobales. «También se estudia su impacto ambiental, es decir, que no van a causar más problemas que los cultivos convencionales de la misma especie».
En Europa, la mayoría de los cultivos transgénicos se utilizan para consumo animal, aunque luego la ley no obligue a mostrar en el etiquetado que la leche, la carne o los huevos, por ejemplo, proceden de animales alimentados con transgénicos. Una evaluación que los opositores a los transgénicos critican: «Todos los informes que se presentan están hechos por esas mismas industrias que piden autorización, con evaluaciones de riesgos basadas en pruebas insuficientes para evaluar los riesgos a largo plazo», refuta Ferreirim.
Frente al esfuerzo de la industria y los investigadores, como los de la Universidad de Queensland (Australia) que han desarrollado un plátano rico en betacaroteno para los habitantes de Uganda, cuyo cultivo se proyecta para 2020, Renobales concluye: «Es una herramienta más, y muy poderosa. ¿Por qué no utilizarla en beneficio de la mejora de la alimentación y, en definitiva, de la salud de muchas personas?».