En octubre la Comisión Europea publicó el estudio Eurobarómetro “Europeos y Biotecnología en 2010”, con resultados que llaman la atención: el 61% de los ciudadanos de la Comunidad Europea está en algún grado en desacuerdo (algo o muy) con los alimentos derivados de los cultivos transgénicos y sólo el 23% está a favor (algo o muy). Coincidentemente, el 62,7% de los encuestados nunca ha buscado información sobre alimentos transgénicos y el 22,9% ha buscado información ocasionalmente o frecuentemente. ¿Coincidencia o reflejo de una realidad? Claramente, la mayor parte de la población desconoce el tema, dejándose llevar por miedos y aprensiones infundadas que ciertos grupos, también desinformados, han creado y transmiten en contra de los cultivos transgénicos.
No existe evidencia científica que indique que los transgénicos sean perjudiciales para la salud humana, animal y ambiental. Es esta desinformación la que ha llevado a que en algunas partes del mundo se sobrerregule la biotecnología agrícola y los cultivos transgénicos, transformando un tema científico en uno político.
Hoy hay 25 países productores de estos cultivos y 57 naciones cuentan con aprobaciones regulatorias para ellos. A esta lista hay que agregar a los demás países, en los que está Chile, donde diariamente se consumen alimentos derivados de transgénicos y donde no hay regulaciones.
En nuestro país se ha comenzado a discutir sobre el tema, debido a la necesidad de contar con una legislación moderna que permita estos cultivos y no sólo los de semillas para exportación.
Sin duda los elementos centrales que harán la diferencia para que Chile sea un país desarrollado son la innovación y la sustentabilidad. Y es en la diversificación productiva y el aumento de valor de nuestras exportaciones donde la biotecnología agrícola y los cultivos transgénicos pueden contribuir.
Los OGM pueden colaborar en aumentar la calidad nutricional de los alimentos, reducir el impacto de la agricultura sobre el medio ambiente, desarrollar productos beneficiosos para la salud humana, incrementar la viabilidad económica de la producción agrícola y mejorar la calidad de vida de los productores y la sociedad, entre otros.
No se pueden negar los beneficios por culpa de temores de agrupaciones que malinterpretan datos científicos, que extrapolan de forma errada resultados de laboratorio al medio ambiente, que confunden aspectos de inocuidad a la salud (humana o ambiental) con aspectos comerciales como la coexistencia de distintos sistemas productivos.
No se trata de aprobar la biotecnología y decir sí a todo. La finalidad es utilizarla para solucionar problemas de nuestra agricultura, fomentar la innovación, y así llegar a ser una real potencia agroalimentaria. Por ejemplo, el INIA ha trabajado en mejorar a través de la ingeniería genética papas, uvas y duraznos, todos de interés para el país. El uso de remolacha azucarera transgénica podría significar mejores rendimientos, menores costos y disminuir notoriamente el impacto en el medio ambiente, por menos aplicaciones de herbicidas y todo lo que ello implica.
Entonces, aumentar la productividad, competitividad y sustentabilidad de nuestra agricultura y reducir el impacto sobre el medio ambiente son algunos de los beneficios de los transgénicos que pueden ayudar a ser potencia agroalimentaria y un país desarrollado.
Miguel Ángel Sánchez, PhD
Director Ejecutivo
ChileBio
Fuente: Revista del Campo